Historia del Jabón

Es difícil precisar en que época fue inventado este producto resultante de la saponificación de las grasas.

Antes de descubrirlo debieron de emplearse para el lavado cocimientos de plantas que producen espuma con el agua y tienen propiedades detersivas. En la antigüedad se sirvieron también, y con el mismo objeto que hoy se usa el jabón, de materias animales, tales como la bilis. Es muy probable que la observación haya hecho que el hombre viera sus propiedades análogas en los productos resultantes de tratar las grasa con las cenizas de madera, sarmiento, etc.
Que el jabón era ya conocido en tiempos remotos lo acreditan varios historiadores que hacen mención de él. Los celtas denominaban saboun al jabón, palabra que los griegos transformaron en sapon. En la antigüedad también se servían del jabón como emético y lo empleaban en las enfermedades de la piel. Plinio, naturista latino, nacido en Como (23-79 de nuestra era), autor de Historia Natural, enciclopedia de la ciencia de la antigüedad, atribuía su invención a los galos, que lo usaban para alisar los cabellos. En la Odisea, Homero narra como Nausíca, hija del rey de los reacios, lavaba la ropa pateándola en el río, por lo que a este primer “jabón” le llamaban ”pié de doncella”. En Pompeya encuéntrase vestigios de la fabricación del jabón, lo que significa que era conocida por los romanos y se dice que al pié del Monte Sapo, donde se realizaban los sacrificios de animales, las lavanderas descubrieron la mezcla de grasa animal con ceniza y otros restos vegetales, dejaba la ropa más limpia que en otras partes y es por eso que se lo llamó “Saponis”. Pero mucho antes, aún los pueblos del Alto Egipto, conocían una mezcla muy primaria y burda de sebo de origen animal y sosa, sal que se extraía de la varilla de la planta algo similar a un carbonato neutro de sodio y que luego de ser calentado y mantenido a temperatura semiconstante durante algún tiempo, producía luego de enfriada una pasta mal oliente que ayudaba a la higiene personal y al lavado general. Galeno, médico romano del siglo II, fue el primero en sostener que el jabón tenía propiedades curativas, de efecto emoliente y podía ser utilizado para la eliminación de la suciedad del cuerpo y la ropa. Posteriormente mejorada fue introducida en Europa por el trueque que los egipcios mantenían con las colonias griegas del Asia Menor, como se vio anteriormente Plinio difiere de ésta posición y dice que los galos fueron los inventores del jabón. Sea cual fuere el origen del jabón, sí sabemos que desde el siglo VIII en adelante funcionaban industrias jaboneras como tal en Savona, Marsella y Venecia. En 1830 el barón Justus von Liebig, químico alemán, sostuvo que el nivel de ingresos per cápita  y de civilización de una nación se mide por la cantidad de jabón que consume.

Ya en el Virreinato del Río de la Plata, y en nuestra Ciudad de Buenos Aires, la elaboración de jabones estaba reducido al ámbito familiar o al fabricante y vendedor de velas, que en muchos casos, era el proveedor de la “pasta base”.

Pero es allá por 1778, época del Virrey Don Juan José Vertiz, que se registra una compra por orden del Cabildo para el personal de vigilancia de la vecindad, de una “partida” de jabones y que es provista por Don Marcial García Lamelza, de quien se ignora si era fabricante o importador.

Es probable que algunos incipientes elaboradores ya comenzaran su precaria actividad y comercializaran su escasa producción en casas de familias.

Las familias adineradas consumían el “jabón de olor” (tocador, perfumado) importado de Francia, Italia o España.

Pero recién en los años 1790 al 1793 encontramos una fabrica de jabones como tal,  que podría mencionarse como de las primeras, es la de Juan Hipólito Vieytes (1762-1815), que luego pasara a la historia como la JABONERÍA DE VIEYTES, el lugar donde secretamente se reunían los principales promotores de la Revolución de Mayo.

No se sabe, a ciencia cierta, que materias primas se utilizaron en esta primera fábrica ni los medios que pondría en práctica Vieytes para lograr la saponificación. Es lógico suponer que aprovechara la grasa de potro, materia baratísima en aquel entonces, a consecuencia de las grandes matanzas de yeguarizos que se realizaban para defender los sembrados de los destrozos que causaban estos animales.

A estos primeros jabones, el público los designó con el nombre de amarillos, por la tonalidad que les daba la grasa de potro, que, como se sabe, tiene un marcado color pajizo.

Algunos técnicos, historiando estos primeros tiempos de jabonería argentina, hablan de que Vieytes acaso utilizara, como álcali, para la saponificación, la ceniza de la planta llamada jume, abundante en soda. Años después, se empezó a emplear en el país la soda caústica, y, naturalmente, se dejó de lado a aquellas cenizas, que, aunque útiles y fáciles de obtener, no podían competir con el producto químico que acabamos de señalar.

Tres tipos de jabones cabe distinguir en las sucesivas etapas de perfeccionamiento de nuestra industria en la Argentina: los directos, los concentrados  y los marselleses.

Existe una verdadera laguna, de 1810 a 1870, en cuanto a las primeras firmas que se dedicaron a la fabricación de jabones, se refiere. A partir de esta última fecha, empiezan a mencionarse en plaza las fábricas de Juan Mañé, José Morando, Noel Dubox, Lucio Seeber, Conen, Alberto Durand, Llauró  y otros.

Precisamente, los hermanos José y Jaime Llauró, en 1878, junto a Domingo Casadevall, en el pasaje LA CRUCECITA (AVELLANEDA), fundan la empresa José Llauró y Cia., sin duda, una de las empresas pioneras que comenzaron a nivel industrial la producción de velas de sebo, aplicando los simples procedimientos que eran propios de la época.

En aquellos años, próximos al 1900, ya el país contaba con más de 30 establecimientos productores y seguramente algunos más en el interior del país. A los ya mencionados debemos agregar las fábricas de Mariano Navarro, Carlos Casatelli, J. Fourreilles, Félix Armesto, Juan Pittaluga, Antonio Frere, J. W. Walter, J. Martirene, Pedro Salas y otros.

El año 1904, constituye un hito en la actividad fabril del sector, ese año, el 16 de octubre, se aprueba el acta fundacional e incorporación a la Unión Industrial Argentina de la Cámara de Fabricantes de Jabón de Lavar, naciendo así, una de las primeras entidades gremiales empresarias del país.

Tres operarios, unos tachos y algunas herramientas en el mes de junio de 1917, salió la primera tonelada de jabón de la fábrica fundada por Don Juan Guereño en la calle Tafi (hoy Martiniano Leguizamón) en el barrio de Liniers que con el correr del tiempo se transformó en Establecimientos Fabriles Guereño S.A.

Pese a todo lo señalado, es necesario reconocer que la industria jabonera argentina recibe su gran impulso de 1920 al 1930. Se establecen, entonces, en el país diversas industrias, provistas de instalaciones modernas para la época, fábricas que son regidas por personal técnico bien instruido y experto.

A partir de este período, se establecen fábricas como Costa Prono, Jabón Federal, Camauer, La Farmaco Arg., Lever Hnos., Solmar, Swift, Ciabasa, Cañadenzo, Saipe, por citar algunas.

He aquí, someramente, el dato histórico y la rápida evolución de la jabonería en nuestro país. Sorprende, en verdad, el progreso de nuestra industria, de aquellos años a la fecha. Lo que a fines del siglo diecinueve se movía en un ámbito de pobreza y rutina, hoy presenta caracteres de riguroso tecnicismo, y, por su importancia económica, figura en un puesto destacado de la producción nacional. Así y todo, aún es mucho lo que puede esperarse de la jabonería argentina, si al esfuerzo industrial se  suman acciones complementarias y correctas del ámbito oficial tendientes a impulsar y complementar el esfuerzo de la actividad privada.